... LO DIGO PORQUE LA MÚSICA ES AL OÍDO LO QUE LA VASELINA AL ESFÍNTER.
Antonio Capilla
NO tiene pérdida el análisis de nuestro compañero, medico de Salamanca, respecto a lo que están haciendo con los trabajadores del estado.
Resulta que en la década prodigiosa del pelotazo, cuando media España
se lo llevaba caliente a casa, cuando un encofrador sin estudios se
embolsaba tres mil euros, cuando hasta el último garrulo montaba una
constructora y en connivencia con un par de concejales se forraba sin
cuento, cuando un gañán que no sabía levantar tres ladrillos a derechas
se paseaba en Audi, los funcionarios aguantaban y penaban. Nadie se
acordaba de ellos. Eran los parias, los que hacían números para cuadrar
su hipoteca, hacer la compra en el Carrefour y llegar a fin de mes,
porque un nutrido grupo de compatriotas se estaba haciendo de oro
inflando el globo de la economía hasta llegar a lo que ahora hemos
llegado.
Y ahora que el asunto explota y se viene abajo, la culpa del
desmadre. es de los funcionarios. Los alcaldes, diputados y senadores
que gobiernan la cosa pública a cambio de una buena morterada no son
responsable de nada y nos apuntan directamente a nosotros: somos
demasiados, hay que ultracongelarnos, somos poco productivos. Los responsables bancarios que prestaron dinero a quienes sabían que no podrían devolverlo
tampoco se dan por aludidos. Todos los intermediarios inmobiliarios, especuladores,
amigos de alcalde y compañeros de partida de casino de diputado provincial no
tenían noticia del asunto. Nosotros sí. Como diría José Mota: ¿Ellos?
No. ¿Nosotros? Si. Siendo así que ellos? No. Por tanto, nosotros? Si.
La culpa, según estos preclaros adalides de la estupidez, es del
juez, abogado del estado, inspector de hacienda, administrador civil
del estado que, en lugar de dedicarse a la especulación inmobiliaria a
toca teja, ha estado cinco o seis años recluido en su habitación,
pálido como un vampiro, con menos vida social que una rata de
laboratorio y tanto sexo como un chotacabras, para preparar unas
oposiciones monstruosas y de resultado siempre incierto, precedidas,
como no podía ser de otra forma, de otros
cinco arduos años de carrera. Del profesor que ha sorteado destinos
en pueblos que no aparecen en el mapa para meter en vereda a benjamines
que hacen lo que les sale de los genitales porque sus progenitores han
abdicado de sus responsabilidades. Del auxiliar administrativo del
Estado natural de Écija y destinado en Barcelona que con un sueldo de
1000 euros paga un alquiler mensual de 700 y soporta estoicamente que
un taxista que gana 3000 le diga joder, que suerte, funcionario.
La culpa es nuestra. A poco que nos descuidemos nosotros los
funcionarios seremos el chivo expiatorio de toda una caterva de
inútiles, vividores, mangantes, políticos semianalfabetos, altos cargos
de nombramiento digital, truhanes, pícaros, periodistas ganapanes y
economistas de a verlas venir que sabían perfectamente que el asunto
tarde o temprano tenía que petar, pero que aprovecharon a fondo el
momento al grito de mientras dure dura! y que ahora, con esa autoridad
que da tener un rostro a prueba de bomba, se pasan al otro lado del río
y no sólo tienen recetas para arreglar lo que ellos mismos ayudaron a
estropear, sino que, además, han llegado a la conclusión de que los
culpables son... tachan....los funcionarios.
Soy funcionario. Y además bastante recalcitrante: tengo cinco títulos
distintos. Ganados compitiendo en buena lid contra miles de candidatos.
¿Y saben qué? No me avergüenzo de nada. No debo nada a nadie (sólo a mi
familia, maestros y profesores). No tengo que pedir perdón. No me tocó
la lotería. No gané el premio gordo en una tómbola. No me expropiaron
una finca. No me nombraron alto cargo, director provincial ni vocal
asesor por agitar un carnet político que nunca he tenido.
Aprobé frente a tribunales formados por ceñudos señores a los que no
conocía de nada. En buena lid: sin concejal proclive, pariente
político, mano protectora ni favor de amigo. Después de muchas noches
de desvelos, angustias y desvaríos y con la sola e inestimable compañía
de mis santos cojones. Como tantos y tantos compañeros anónimos
repartidos por toda España a los que ahora algunos mendaces quieren
convertir, por arte de birlibirloque, en culpables de la crisis.
Amigos funcionarios, estamos rodeados de gente muy tonta y muy hija
de puta.
PD. Si alguien, en cualquier contexto, os reprocha -como es
frecuente- vuestra condición de funcionario os propongo el refinado
argumento que yo utilizo en estos casos, en memoria del gran Fernando
Fernán-Gómez: váyase Usted a la mierda, hombre, a la puta mierda.
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