Viernes, puente de la Inmaculada. Acabo de llegar a casa de dar un paseo con Raquel. Ambos, con la excusa de sacar a Lúa, nuestro cruce de mastín y labrador, hemos caminado durante más de una hora por los alrededores. Pero ahora estoy aquí, sentado ante el ordenador, con una pereza que nace de una especie de letargo psíquico. ¿Para qué escribir si ya todo está dicho: "nihil novum sub sole". Cambian los sujetos, los elementos y las circunstancias, pero los hechos y los acontecimientos son tan viejos como la humanidad: Ormuz y Arimán en lucha permanente, así habló Zaratustra. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, dijo Cristo; y añado yo, porque ellos se perpetuarán ad aeternum. Como ad aeternum seguirá habiendo perseguidores, vampiros que se alimentan de la sangre de su prójimo. Y, entonces, el eterno dilema: ¿por qué sigo en esta orilla donde todo es árido y fragoso? ¿Qué hay en mí que me hace elegir la solidaridad con el oprimido? ¿Por qué Cristo se dejó torturar de aquella manera? Barro somos y en barro nos convertiremos, pero por el barro no se elige la lucha, la rebeldía, el amor al débil. Entonces, qué...